Desde que recuerdo he vivido en el pecado, los siete capitales son parte de mis días, son los que he escogido cómo estilo de vida, o de muerte.
Después de la partida de mis amantes, me declaré incapaz de sentir; mi placer se quedó prendido de ellos, y recurría a mí, y me sentía más sola. Mi cuerpo, ya no era mío, si no que les pertenecía a ellos.
No me reconocí, ni yo ni nadie; tanto deseaba no ser yo que corté mi cabello, delineé mis ojos cómo nunca, me pinté la cara en exceso, y mi frustración fue peor, porque al buscarme en el espejo no me reconocí.
Cada recuerdo me contaba un cuento, y al llegar al séptimo era el cuento de nunca acabar, puesto que detenía los ojos en el primero o el quinto u oía el siete otra vez, y así desde que los escogí para estar conmigo.
Al conocer a uno de ellos, armé de pedazos mi cuerpo, mi pasado simplemente explotó al compás de mi placer, y la pesadumbre me empujó al futuro.
Hoy el calor del que está aquí, me toca, me acaricia, me arranca la piel… y me lleno de vergüenza de haber pensado que antes amé, nunca desee al otro así, nuca pasé las horas tratando de recordar el tamaño exacto de sus manos, ni deseando con todo el cuerpo siquiera verlo aparecer, me apena estar así por un hombre, volverme dichosa sin que dependa para nada de mí. Nunca hice con tanta libertad todo lo que quise hacer como en estos días.
Inspirado y medio robado de "Ausencia" y "Tormenta"